lunes, 21 de octubre de 2013

Lo que ves no es lo que ves. Cuatro maneras de connotar el vacío en el 43 SNA


Una palabra mal escrita sobre la fachada de un museo, una sala por cuyas paredes brota aguardiente a borbotones, una habitación de temperatura sofocante o una precaria estructura de hierro que sostiene pequeños dibujos y pinturas acompañada además por una mesa con objetos de confusa apariencia; estas, son cuatro propuestas artísticas todas ellas con una característica en común: connotar el vacío, aludir a la ausencia. 
La idea en sí misma como materialidad o el progresivo fenómeno de la desmaterialización del objeto artístico en donde la obra física se convierte en solo uno de los componentes de la obra de arte: la experiencia misma, son premisas que hacen parte de nuestro extenso mapa de códigos adjuntos a lo que se ha definido como arte contemporáneo. Dichas formas de creación aparecen como estrategias que retoma el artista cuando lo inquieta una necesidad a despojarse de la literalidad mediática. Para un espectador, aquel que no hace parte de los “entendidos en el tema”, le resulta complejo descifrar el mensaje oculto (en principio), de percibir lo que no se ve, pero que, sin embargo, aparece; de abandonar por un momento ese horror vacui tan característico en nuestra cultura occidental. La norma del gusto "estándar", aquella que se inclina por la representación mimética de las cosas, el artificio en la laboriosidad técnica y los supuestos que proclaman “el arte como una manifestación de la virtud manual del hombre” se ven en apuros cuando afrontan obras como Hantioquia de Fernando Arias, Manantial de Carlos Uribe, Sin título (La historia del sudor) de Liu Chuang, o Dibujo, pintura, escultura (Un artista del hambre) de Lucas Ospina, tanto por la singularidad de sus materiales, como por la simplicidad y precariedad (aparente) con la que se encuentran elaboradas las piezas.

Invirtiendo la controversial sentencia de Frank Stella, "what you see is what you see", (lo que ves es lo que ves), estas obras nos advierten que no podemos verlo todo, que las obras de arte no solo muestran algo bajo una determinada luz, sino que poseen más propiedades que aquello que muestran en la superficie. Que sus características no obedecen simplemente a determinados códigos estéticos, sino que proponen un reto de pensamiento y perspicacia para el espectador, induciéndolo de esta manera a elevar sus niveles de percepción y quizás, comprensión del mundo. 


Hantioquia de Fernando Arias . Exposición Antioquias/ Museo de Antioquia

El artista Fernando Arias sugiere un “error” gramatical que deriva de un planteamiento metafórico pero cargado con una alta dosis de ironía. En su obra, anteponer una H a la palabra Antioquia, es un gesto con el cual pretende señalar lo que en Antioquia no suena, lo que no deseamos oír, los que están silenciados, pero que, sin embargo, existen y permanecen…”la H es muda, pero no ciega”, comentaba un espectador para el cual si fue claro el mensaje. “Nosotros los antioqueños nos quedamos mudos, pero no somos ciegos” afirma. Esta ausencia de voz, es la ausencia en HAntioquia, ausencia que paradójicamente se lee como la presencia de una errata para quienes sus ideas en extremo conservadoras no les permiten escuchar a un pueblo, o dimensionar el sentido (más que la forma) en una obra de arte.

Manantial es la obra del artista Carlos Uribe que se exhibe en el antiguo edificio Antioquia y que hace parte del 43 Salón (Inter) Nacional de Artistas. La obra consiste en una pequeña habitación de cuyas paredes emana constantemente “aguardiente”. La propuesta de Uribe es para sentirse tanto más que para observarse, el componente experiencial de habitar el espacio, el olor que nos inunda el sentido activa la obra para completar su finalidad. La inexistencia del “objeto” artístico subraya en la obra Manantial, la posibilidad que ofrece el arte de acercarnos a ella desde otras eventualidades perceptivas, donde la obra no se contiene bajo la misma luz para una revelación inmediata. El espectador podrá estar desconcertado al enfrentarse a la puesta de Uribe, pero, no podrá evitar identificar allí una cultura, un pueblo, rememorar situaciones propias o ajenas con el particular líquido que emana por esas paredes y, sentir después de un rato, que ese espacio no le es ya tan ajeno.

Luego de visitar la obra de Carlos Uribe, dirigí mi atención a una de las obras más “desconcertantes” de la actual muestra que ocupa el edificio Antioquia. En una pequeña sala podía percibirse una atmósfera húmeda un tanto molesta, un aire denso y sofocante que te conduce de inmediato a sentir un lugar distinto. Esta era precisamente la idea, este es el componente principal de la enigmática obra de Lui Chuang, una habitación sin aire acondicionado. Afuera, varios dispositivos que enfriaban la temperatura para hacernos sentir ese cambio de ambientes; el título: La historia del sudor, nada más pertinente para una obra donde juega de nuevo la primacía de la idea sobre la materialidad de la forma, y de nuevo la importancia del componente experiencial, puesto que, la obra es activada, vive y toma sentido en el cuerpo mismo del visitante, ese hic et nunc del que Benjamin advertía, paradójicamente aparece de manera especular en obras como La historia del sudor de Liu Chuang. Sin embargo, a diferencia de la obra Manantial de Carlos Uribe, La historia de sudor suprime por completo la metáfora, produciendo que la obra se mueva entre fronteras no del todo definidas que pueden advertir una extrema e insustancial obviedad o una compleja amalgama de significaciones. Un espectador confuso que allí se encontraba, preguntaba una y otra vez a la guía de sala, cuál era la obra, y aseguraba que allí no había nada. En efecto, la inexistencia de la materialidad y la necesidad absoluta de sentir la obra es la propuesta que ofrece Liu Chuang para este Salón. “De la existencia provienen las cosas y de la no existencia su utilidad” es una antigua frase Tao. La simplicidad “aparente” de esta obra contiene esta premisa de manera contundente.

Finalmente, una obra de marcada extrañeza: una particular estructura de hierro que sostenía pequeños dibujos, unas cuantas pinturas y una mesa con una serie de objetos blancos de precaria apariencia. Este inquietante aparataje fue lo que Lucas Ospina llamó: Dibujo, pintura, escultura (Un artista del hambre). En la obra el mensaje de Ospina podría leerse como un comentario irónico y hasta satírico hacia lo que significa ser un artista en la actualidad, recordando un poco el relato de Kafka, todos (los artistas) podríamos ser ese ayunador deplorable que espera con ansia la atención de algún espectador interesado en su patético show. Por otra parte, la extraña instalación aparece como un chiste a lo que se supondría la “sacralización museal” de las obras que este contiene. Es decir, la pieza de Lucas Ospina parece una obra anti-salón; quizás en este sentido, pueda estar significado su vació. En Un artista del hambre el concepto subyace al objeto y la disposición aparentemente inapropiada es la que da sentido a la obra… Quizás en esta, lo menos importante sean los dibujos, las pinturas y los objetos extraños que allí aparecen.


Dibujo, pintura, escultura (Un artista del hambre) Lucas Ospina
43Sna/ Edificio Antioquia




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